miércoles, 30 de enero de 2008

Un mal principio.

Hija mía, lamento la penosa situación en la que te hallas.Me siento algo responsable.Ya sé, nunca fui una buena madre.Pero mira, no es nada fácil.Para empezar, ésa no es asignatura que enseñen en la escuela. Ni en la escuela, ni en casa, ni en la facultad, ni en ningún sitio. En esas artes, la primera lección se adquiere en el paritorio y creo que para entonces, cuando terminé de chillar, sudar, empujar, acompasar la respiración y, al fin, horrorizada y extenuada, te tomé en mis brazos, ya debía actuar, ya era madre, ya estabas ahí.Llorando y asustada tú también. ¿Qué otra cosa podías hacer?Toda colorada,sucia,con los focos deslumbrándote y unos bestias vestidos con bata verde azotándote, para que respires porque ellos, muy graciosamente, sin esperar un segundo, te han cortado el cordón umbilical por el que recibías alimentos y oxígeno.No contestos con el azote, te aspiran las fosas nasales, te pesan, te miden. Te pasan de mano en mano a un ritmo trepidante, se ríen, te comentan tus atributos. ¡Qué falta de respeto, de tacto, de delicadeza! ¡Qué falta de todo!Y yo medio muerta, con un hilo de voz, pregunto el porqué de la urgencia. ¡Qué más dará centímetro arriba o abajo, gramo más o menos justamente ahora! En este preciso instante en el que ambas acabamos de realizar un esfuerzo ímprobo y en el que tenemos que pasar la decisiva prueba de las presentaciones. ¿No podría eso esperar a que nos recuperemos un poco, a que nos soseguemos? ¿No podrían dejar que este primer contacto, tan decisivo en nuestras vidas, discurra con un poco de calma?No, al parecer, no. Al parecer, el personal sanitario, ansioso por concluir su sexto y último parto de la noche, tiene la obligación reglamentaria de llevar a cabo estas torturas antes de colgar sus batas, fichar la salida y devolvernos a la sala. Bueno, devolverme a mí. A ti te llevarán por primera vez. Eso suponiendo que hayas dado la talla, hija mía. La talla y el peso. De lo contario, hechas las atropelladas presentaciones nos separarán, te meterán en una incubadora y ya se verá. ¡Qué angustia! ¡Qué vértigo! Mi hija, mi hija, que no la confundad, balbuceo, pero los bestias de bata verde ni me oyen.¿ Tú crees que eso son condiciones humanas para conocerse madre e hija? Comprendo que te defraudé desde el primer día. No podía ser de otro modo. Mi semblante demacrado. Mis ganas de dormir y huir de aquellas brutales agresiones al instinto reproductor de la especie humana. Mi incapacidad para defenderte. Lo reconozco, hija, no fueron una buena carta de presentación. Intuyo, sin embargo, que tus reproches son otros, que al cabo de los años, los incidentes del paritorio que tanto nos marcaron te importan poco o nada. Pero reconoce que un mal principio es un mal principio. Una niña arrugada y colorada chillándome encima cuando apenas si me queda aliento después de darle la vida, no es un buen principio.
El tiempo no lo cura todo/Olga Lucas.